En estos días se ha estrenado en la plataforma Netflix, una nueva adaptación a la novela de Guiseppe Tomasi di Lampedusa, aquella que Luchino Visconti ya había llevado al cine a principios de la década de los sesenta del siglo pasado. Me refiero a esa obra maestra de la literatura llamada “El Gatopardo”.
Esta obra de Lampedusa narra la caída de la vieja nobleza siciliana ante el embate de la irresistible reunificación italiana: es el año1861 y las tropas del norteño reino de Piamonte-Cerdeña, aliadas con las huestes de Garibaldi, buscan unir a toda la península itálica en un solo Estado-Nación; Sicilia, por extensión cultural, debe integrarse al nuevo estado italiano.
Pero Sicilia ha visto ir y venir imperios: es una isla vieja y taimada que recibe a los conquistadores como a las nuevas ideas, es decir, con la esperanza de que la dejen en paz en su perfección insular y milenaria. El príncipe de Salina, Fabrizio Corbera es el Gatopardo, el noble cuyo escudo de armas porta un felino norafricano, el serval o “gatopardo”, de ahí su sobrenombre. Señor de almas y cuerpos, como un Pedro Páramo mediterráneo, observa en un hastío sutilmente recubierto de incertidumbre el devenir de su tiempo. Piensa que los garibaldinos y los italianos del norte no tendrán éxito; pero duda. Su sobrino, el impetuoso Tancredi, decide enrolarse en la tropa de los “camisas rojas” de quienes luchan por reunificar a Italia; ante el reproche del tío, Tancredi Falconeri enuncia la frase que hará famosa a la novela hasta nuestros días: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi”, lo que en español vendría a ser: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.
Lampedusa acababa de acuñar un nuevo concepto en la ciencia política: el gatopardismo. El mecanismo por virtud del cual una clase social y económica poderosa logra alinearse a tiempo con los nuevos movimientos sociales, para atemperarlos y en su caso dirigirlos.
¿Cuál es la relación entre la inmortal prosa de Lampedusa y nuestra elección para renovar la judicatura nacional en México a través del voto popular y directo?
Planteada en términos llanos, la reforma judicial que se aprobó el año pasado es una revolución tan profunda y definitiva como la reunificación italiana. Un régimen anquilosado e injusto sucumbe ante el impetuoso arrojo legislativo. La reforma, a pesar de sus tropiezos, ya es mandato constitucional. El cambio pues, aparece ante nosotros como irreversible.
Pero al ver cómo ciertos actores institucionales buscan poner más obstáculos a la promoción del voto (que debería ser labor de todos los órdenes de gobierno y de todas las instancias del Estado mexicano) y a la difusión de los pormenores técnicos de la elección de este próximo primero de junio de 2025; al ver también algunos perfiles de las personas candidatas, que representan al viejo estamento judicial-jurídico, siciliano en el sentido inamovible de sus prácticas y modos antiguos de ver el ejercicio de la profesión jurídica.
En suma, al ver cómo esta elección empieza a moderarse y pierde su impulso renovador, cabe preguntarse, cómo lo hago yo mientras veo la aceptable adaptación de Netflix, si no estamos ante el peligro de un “gatopardismo” judicial en México.
El peligro es sí: que todo cambie…pero que todo permanezca igual.
Por eso es vital, no sólo invitar a la población a las urnas, explicar los vericuetos de la jornada electoral y la naturaleza misma de los puestos sometidos al voto popular. Por eso es imprescindible salir a votar este primero de junio. Para conjurar el peligro de que aparezca el fantasma del gatopardo en nuestra patria.
Estamos a tiempo de evitar que la famosa frase escrita por Lampedusa se haga realidad en este año decisivo para México.